Capítulo 05
La facultad – Abogada – El ejercicio de la profesión
Una carta quedada en cualquier parte,
tal vez en una tapa de cuaderno,
en el revés de un cuento para niños,
en la ruda corteza de algún árbol,
en el borde mordido de una espera,
en el cielo raso de mi cuarto,
escribo,
estoy sufriendo, por Dios,
estoy sufriendo.
Matilde (inédito)
No sólo los naranjos amargos dejaron su impronta en Matilde. También los tilos, tan identificatorios de la ciudad de La Plata como sus diagonales. Si los naranjos amargos marcaron su época de sacrificios, los tilos marcaron la época de las gestas y revueltas estudiantiles.
Hombres con cara de perro y y perros de aspecto manso
Alineados por pareja, sobre la acera esperando.
¿qué esperan hombres y perros en formación apostados?
¿qué esperan bestias y bestias bajo los tilos dorados?…
En “Tilo hermano“, también.
Quiero morderme a tus raíces
tilo, a que succiones de mi tierra
y lleves
mi existencia futura a
ser tu savia.
Un rocío de voces descendiendo
desde aromas ausentes
que no olvido,
me devuelven a ti, para contarte;
mi madre en alto
la mirada a un cielo
verde, en azules trinos,
tan lejana.
Y mi padre, que dulce padre tuve,
tilo también, pensante en madrugadas.
Árbol hermano,
me queda un solo hermano,
y tus nidos quedaron
sin mi casa.
Y tus pólenes rubios;
tuve un hombre, rubio también,
celeste su mirada.
A tu vera soñamos estos frutos
que circundan mi tronco
y que me abrazan.
Hoy te escucho que cantas
cuando canto,
anochecido trino, alma cansada,
y devuelvo a ese tiempo
de corolas
como estrellas de noche
entre tus ramas.
Quedo debajo de este cielo verde,
de tu copa que a veces
se separa,
para dejar que el cielo azul
me encuentre, un poco
en flor de ti,
un poco
canto.
Quiero
morderme
a tus raíces
tilo, a que succiones
de mi tierra y lleves
la existencia futura a ser tu savia.
Su labor de seminario con veinte años de edad la desplegó sobre “Delincuencia Juvenil”. Premonición y substrato de sus vivencias futuras.
Contraer matrimonio, doctorarse y ser madre, en menos de dos años. Ya no se detendría.
Se recibió un 27 de diciembre de 1935, el mismo año de su casamiento, con excelentes notas. Veinte años después ganó por concurso de antecedentes el cargo de profesor adjunto de Derecho Comercial (quiebras). Curiosamente Matilde fue dejada cesante antes de asumir. Pero mas llamativo aún fue que el telegrama por el cual se la notifica de la cesantía resultó ser la primera noticia que recibiera de haber ganado el concurso. Corría el año 1955.
Setenta años después de recibida y cincuenta años después de cesanteada. Pero también cinco años después de muerta, Matilde recibe un invalorable homenaje de su Facultad de Derecho.
En la Colación de Grados de Julio de 2005 el Decanato, en la persona del
Doctor Carlos Botassi, ha comenzado a entregar a sus egresados, conjuntamente con el diploma, la prosa poética “La poesía del derecho”. Confiamos en que tal homenaje se repita en las futuras colaciones de grado.
Seguían siendo épocas duras para Matilde.
Ella misma se define en “la poesía del derecho” e intenta explicar la relación abogada poeta o poeta abogada.
“Los abogados, solemos ser poetas. Simplemente, porque a la hora de elegir carrera, apenas si más allá de la adolescencia, suponemos que el bien decir, puede decidir el resultado de una causa. Nunca pensamos, al optar por la abogacía, que su ejercicio pudiera consistir en acusar; se nos viene haciendo carne la idea de que el valor justicia, sólo habrá de lograrse defendiendo; y defendiendo por excelencia la libertad. Penetramos en la abogacía por el camino esencialmente emocional. Vamos al derecho con todas nuestras apetencias juveniles, vislumbrando una madre sola; un niño abandonado; un anciano desprotegido; un pueblo sojuzgado; un mundo amenazado de destrucción. Y quién, que sea poeta – porque poeta se nace- no siente en su sangre y en sus huesos el llamado del corazón por todas esas pequeñas y grandes causas que hacen a la existencia humana….No pocas veces incorporé una estrofa, cuando no un poema entero, en mis presentaciones en favor de la niñez. En una acción de amparo, se me preguntó “y esto qué es…? y debí responder “es un poema”, pero integra la presentación, tal como ocurrió con “Oración a mi juez” y “Tiembla tu corazón”. Finalmente, debo manifestar que mi poesía llegó a servir en defensa de la niñez desamparada, no en menor medida que la ley, que la doctrina, que la jurisprudencia”.
Elena De Rosa de Tirigall habla del espíritu de Matilde… ”(…) La dolorosa experiencia vital acumulada en los lejanos días de su infancia y en buena parte de su adolescencia, unida a una amarga visión de la injusticia entre los hombres y al desaliento de una niñez abandonada la llevaron a elegir una carrera que entiende de justicia…..” Y cuenta puntualmente un recuerdo de Matilde. “Caminábamos desde el tranvía hasta casa y cuando llovía, yo me sacaba los zapatos porque si me los ensuciaba al otro día no los tendría para ir a Tribunales”.
Szelagovski explica que Matilde se inició siendo su propia abogada. Cuando todavía no lucía su título. Cuando aún era niña que se asombraba de todo y juzgaba todo. Fue su abogada; se defendió de un medio hostil, que miraba entonces con escepticismo a una mujer que estudiaba leyes. Sobraban los dedos de una mano para contarlas en la facultad. Ella, desde su querido barrio cercano al Bosque, cuando recorría las cuadras de la calle 47 que la llevaban hasta alguna clase de Tobal, de Ruiz Moreno, de Guiffra o de Palacios, iba recordando, en cada puerta, los nombres de los habitantes de ese barrio, también hijos o nietos de inmigrantes.
Algunos de esos nombres eran más conocidos porque le llevaban una generación de ventaja en la Ciudad. Tantos nombres. Los Fernández Campón, los Bent, Christman, Godoy, De Salvo del Carril, Verzura, Soriano, Márquez, Añón Suárez. Y advertirá que poco a poco, en esas casas, comenzaban a aparecer chapas de profesionales. Las chapas de una nueva generación de platenses. Ella también la tendría, lucharía por ella. Lo que nunca imaginó fue que al cabo de los años podría lucir, en su propia casa, un racimo de chapas. La de su esposo junto a la suya y las de sus hijos. Ya había ganado una generación más para la ciudad…En su mente bullían las ideas de justicia y de paz. Tenía 21 años cuando recibió su título… nunca buscó estridencias, honores o resultados espectaculares. Con humildad y mansedumbre pero con fuerza, encarnizadamente. Sabe que es abogada y mandataria de muchas causas innominadas donde los rostros no cuentan, importan los valores de su lucha: la familia, la sociedad, los miles de menores desamparados, los ancianos en descuido. Por ellos aboga en cada una de sus jornadas. No gana sus pleitos todos los días pero va sembrando cada día, poniendo un escalón, abriendo una puerta, dejando su reclamo que es marca imborrable y que penetra. Siempre hacia adelante con su estilo.
Lázaro Seigel habla del verbo de Matilde “(…) hipercargado de emoción. Todo es en ella sublimación de una dinámica espiritual. La exaltación léxica no es sino el sedimento de esa conmoción secreta aflorando en el rigor de un verso lúcido, de sonora transparencia. Sin rebuscamientos extraños ni raras contracciones, carente de orgías adjetivales, como el que cabe a quien tiene un concepto real del DERECHO y un sentido vital de la POESIA”.
En 1940, Matilde y Samuel compran su primera casa, más cerca de Tribunales, en la calle 46 ente 14 y 15, donde instalan el estudio jurídico. Samuel ya es abogado; en esa casa nace el segundo de sus hijos, Ricardo Gustavo. Y también el tercero, Guillermo Aníbal.
Samuel contaba que tenían decidido desde siempre que el estudio jurídico formaría parte de la casa. Eso siempre pasó. Tanto en ésta como en la casa que luego compraron en la calle 12 entre 47 y 48, o en la última, la casa grande, de la calle 49 entre 11 y 12. Un recibidor y los escritorios al frente y la casa atrás. En ellas nacieron, primero Claudio Marcelo y luego, Ingrid Margarita.
Matilde creía que el hecho de haber unificado y compartido la casa y lugar de trabajo había sido todo un acierto y la base de la dicha compartida. Consideraba que eso probaba que nunca se habían sentido agobiados el uno por el otro. El gran amor los llevaba a compartir literalmente las 24 horas del día.
Se repartían el trabajo profesional. Estudiaban el caso juntos; luego ella le daba forma a las presentaciones y asistía a las audiencias, mientras que él “pateaba los pasillos de Tribunales “ y “empujaba los mostradores para adentro”. Les sobró tiempo para criarnos, a sus cinco hijos, “unidos como los dedos de una mano”.
En la casa de la calle 46 y en la de la calle 12 estaban las cosas organizadas igual. Un vestíbulo, una oficina para atender a los clientes y otra oficina de trabajo con escritorios enfrentados pero cercanos uno del otro. En Cambio en la casa de la calle 49, que les había edificado Enrique , el hermano de Matilde, mantuvieron el vestíbulo y la oficina de trabajo en conjunto, pero también tuvieron sus oficinas de atención separadas. Matilde tenía reuniones literarias en su oficina y a Samuel lo cansaba un poco. En todos los casos la vivienda se encontraba al fondo, separada de las oficinas. Una de las cartas de Matilde encontradas en el archivo dice:
(…) ya tengo en mi imaginación toda la casita puesta, con todos los detalles. Un vestíbulo seriecito, de muebles oscuros, que hable de “leyes”, un escritorio oscuro. También dos mesas de trabajo, una frente a otra, pero no muy lejos como para que podamos visitarnos “a menudo…”. Esas pocas palabras confirman lo que decía Samuel y prueban la firmeza de las convicciones incluso en las de entre casa.
En esa tesitura podemos transcribir algunos párrafos de cartas que no tenían fecha, seguramente durante 1934, referidos a lo que pensaba de los hijos:
“… pibe,… que ganas de casarme tengo, vas a quererme mucho, mi rubio no ? …después los pibes… rubios todos, me gustan los pibes rubios. Vas a ver que buena mamita seré, los voy a cuidar mucho pibe, te imaginas, una subiéndote al cuello, otro en la rodilla, otro gateando a tus pies .. .y otro … conmigo… comiendo… pibe. Te imaginas? No quiero pensar porque me parece que no llega nunca…” .
Hasta ese momento no se cuidaban temas como los problemas de salud, la desnutrición , y las extracciones proporcionadas con la edad.
Explica Marta Miranda “…Logró que se controlara la extracción de sangre, creándose la Dirección de Hematología, en 1972 y abrió el camino para que la Nación dictara normas sobre hematología, inexistentes hasta el momento, poniendo especial énfasis en los menores internados en Institutos. En la Provincia, actualmente las extracciones están solo limitadas a realizarse “en forma voluntaria, solamente por aquellos mayores de dieciocho que así lo deseen y cuenten con la aprobación del director del instituto”. La sangre solo podrá ser utilizada por otros menores bajo tutela.
En el año 1972, presentó una acción de amparo a favor de los internos del Hospital Neuropsiquiátrico de Melchor Romero. Los enfermos que se encontraban allí vivían en condiciones infrahumanas. Paredes con humedad, mayor cantidad de enfermos que las camas disponibles, olores nauseabundos, sin calefacción, baños inundados, escasa comida y en algunas oportunidades en mal estado, sumándose, además, la escasez de personal médico y de atención psiquiátrica. La Acción fue presentada contra el Ministerio de Bienestar Social de la Provincia, fallándose en primera instancia en favor de los pacientes y condenándose al Gobierno a realizar trabajos y reparaciones necesarios en el Hospital. En la Cámara de Apelaciones, luego de una conciliación deposiciones por la cual la Provincia invertiría en mejorar el hospital una suma importante, pero se revocaría el fallo para evitar precedentes. Matilde estuvo de acuerdo pues se mejoraba la vida de los internos, que era lo que buscaba. El fallo fue revocado y lo curioso es que Matilde fue condenada a pagar una elevadísima suma en concepto de costas. El tema la enojó mucho, aunque nunca pagó las costas.