Capítulo 06
Su Hogar, su marido, sus hijos, sus nietos y biznietos
Cuando se ha comenzado a escribir a la edad de cinco hijos
y se ha cumplido ya la edad de trece nietos,
y continúa uno escribiendo,
y con el deleite casi infantil de estar haciéndolo,
es porque la poesía lo quiere a uno,
y ha de seguir queriéndolo,
seguramente hasta el instante del ciprés, y más allá…
Matilde
Ella conocía a Samuel total y absolutamente; y era reciproco. No había secretos entre ellos. Se miraban y sabían lo que el otro pensaba.
MADRIGAL I
¿Qué me has robado un beso…?
si tu no me robaste
si soy yo quien te hurta
los besos que tenía guardados
para darte.
Te llevas un trofeo, ingenuo
si no sabes,
que fui yo quien te puso
laureles de combate.
Y estoy como me hallaste.
El beso que te llevas, pues ves,
te lo regalo,
lo guardes o lo arrastres.
Y si un día precisas
reposar de locura, tu cabeza
cansada,
en plumas de ternura,
ese beso que llevas, te servirá
de almohada.
Y no retornes nunca, corre, pregona,
canta,
que en tanto tu pregones,
mi beso irá contigo, besando
tu garganta.
MADRIGAL II
Te quiero,
te quiero para siempre.
Te quiero desde antes
de empezar a quererte.
Te quiero, y no te quiero,
y a veces te aborrezco,
pero al cabo te quiero,
te quiero para siempre
MADRIGAL III
Después quedamos cada uno triste,
con su propia, intransferible,
serena, casi dulce
tristeza.
Nos miramos, nada más,
sin reprocharnos
nada,
culpables, con una misma irreparable
culpa
de habernos conocido estrechamente,
sin prometernos nada,
ambos desnudos de riqueza y nombre,
dos seres
simplemente ansiosos
de quererse.
MADRIGAL IV
Caminábamos sin rumbo
paralelamente al mar.
Yo te tomé del brazo,
tú te dejaste llevar.Las olas tocaban la orilla
vestidas de delantal.
Nos quisimos cuando niños,
y me llegaste a olvidar.La luna se columpiaba
en su hamaca de cristal,
voces de añil y esmeralda,
se levantaban del mar.Se miraban las estrellas
en su espejo de agua y sal,
mi angustiada adolescencia
no te supo conservar.Nos detuvimos de pronto,
tocados de un mismo afán,
y nos quedamos callados,
mirándonos nada más.Que no se apague la luna
que no se enmudezca el mar
que no caigan las estrellas,
que dure esta soledad.
La complementación era perfecta en todos los aspectos y se notaba. Daban toda la impresión de ser, hasta en discusiones y enojos, una enseñanza de vida.
Piensas,
es tu manera de sufrir,
y callas,
es tu defensa, contra el
estruendo,
y alzas,
miras al cielo, y por él, retornas.
Dentro,
tu hombre y tu niño, allí,
misma envoltura,
lejos de todos y de todo,
lloras.
Matilde contaba siempre que ella y el marido eran ejemplos vivientes de las bondades de la reforma universitaria. Tenía mucho respeto por los profesionales que habían egresado de las Universidades estatales. Y declamaba solemnemente unas palabras que le atribuía a Alfredo Palacios, en algún discurso en el Congreso y que palabra más, palabra menos, decía “ Si veo a un joven mostrarse indiferente ante la injusticia o eludir responsabilidades puedo asegurar que no se ha graduado en la Universidad Nacional de La Plata.”
Sus cinco hijos egresamos de ella; los cuatro mayores, de la Facultad de Derecho como Matilde y Samuel y la menor, de la Facultad de Arquitectura.
Coincidimos con ellos en considerarnos el producto de “un aula abierta en toda su anchura para el pueblo”.
Insiste Szelagowski, en la misma oportunidad: “Esa calle 47 de empedrado desparejo y el tranvía circulando por su medio. Tantas veces caminaba desde 1 hasta la Universidad con paso cansino y ademán pendular que nunca abandonó. Como desganada. En su mente bullían las ideas de justicia y de paz. Tenía 21 años cuando recibió su título. Siempre caminó como si sus pies le pesaran. No se supo nunca si comenzaba o terminaba la jornada, si va hacia su tarea con desgano o vuelve de ella agotada. Todo lo hizo y lo sigue haciendo a ese ritmo, que nunca buscó estridencias, honores o resultados espectaculares. Con humildad y mansedumbre pero con fuerza, encarnizadamente“
Matilde comenzó a escribir muchos años antes de aquel 1955 en que edita “Canción y grito”. Fue en la época de sus embarazos y sus alumbramientos. Esa confluencia provocó la transformación de su poesía de entre casa, en una sólida producción literaria.
Conoció a sus catorce nietos y también a siete de sus bisnietos.
Sus ocho libros e incluso el noveno inédito están dedicados a sus grandes pasiones; su marido, sus hijos y sus nietos. Algunos de estos últimos conservan el regalo de un poema dedicado.
La muerte de Samuel, su “pibe querido”, un 3 de octubre de 1978 le genera íntimamente un nuevo motivo para escribir poesía; y la escribe.
Por primera vez siento la lluvia
después de tu partida.
No quisiera pensar que estés
mojándote,
pero ya que nada ni nadie
me distrae, juntos los dos
cristales y cristales,
quiero contarte cosas,
que como ya no eres lo que eras,
han de serte tal vez desconocidas.
Este mundo, si visto desde el
nunca,
lleno de presagios,
como anuncios aciagos,
y supersticiosas aves grises
picoteando el cerebro y devorando
las ideas,
borrando los recuerdos mas
cercanos,
y trayendo episodios milenarios
como recién apenas sucedidos.
Es la edad, me murmuro,
no consigo saber dónde
dejé las llaves, las agujas,
pero recuerdo la mirada
dulce de mi padre
llevándome a la escuela,
y la primera canción con que mi
madre
me enseñó a estar contenta.
Suerte es que exista aquella edad
primera
que perdura a través
de tempestades.
Este mundo se ha puesto tan
distinto,
desde que ya no estás.
(Inédito)
Le cantó a sus hijos: Cada uno a su tiempo y en el momento oportuno, recibió el aliento de Matilde, ya fuera oral o escrito, en prosa o en verso.
A Diana Themis:
APUNTES PARA UN REPROCHE
Te esperé hasta recién;
estás de fiesta.
Mi casi otoño
no me deja ambular
tu primavera.
Esperé tu regreso; yo quería
escucharte contar,
luz de alborozo
las campanas de amor
que resonaron
en tu trémulo espacio.
Te esperé hasta recién;
tú ni recuerdas
esta lámpara
lenta
que te aguarda.
Tu padre lee, él no sabe
de estas cosas
profundas
de mujeres. Tus hermanos,
florecidas cabezas
en la almohada
que parecen jugar
a estar durmiendo…
Tardas mucho; te esperé
hasta recién,
ya no te espero.
He de mirar tu lecho,
puro nardo,
el libro
que dejaste abierto,
tus todavía muñecos, las paredes,
y devuelta
de este inmóvil vagar
por un paisaje
de presencias sin nadie,
pensaré,
con la misma tristeza inevitable
de otras noches iguales,
que tal vez no sé,
no fuera absurdo
que me hubieras llevado.
Tu padre lee; él no sabe, ni sufre.
Las mujeres
nos sentimos tan viejas
si quedamos.
A Ricardo Gustavo:
Carta al hijo conscripto:
Te incorporaron, hijo mío, y mientras íbamos al cuartel, todos contigo, tu padre meditativo, tus hermanitos menores silenciosos, tú preocupado, seguramente también, un poco triste, yo me sentía la principal responsable de tu preocupación; por eso, mientras cerciorabas tu libreta de enrolamiento contra tu corazón, debí decirte las cosas que te dije.
Es cierto, lo reitero; no hice absolutamente nada por hallar la forma de que te destinaran a un lugar cerca nuestro; tal vez aquí mismo; tal vez para realizar tareas livianas, o no realizar ninguna; tal vez para que tuvieras ocasión de salir cuando a nadie le fuera permitido, y de proseguir tus estudios, y rendir examen; y visitar a tu novia, y alternar con tus amigos; ir a casa a comer; quedarte a dormir… disfrutar un rato más del descanso…
Es cierto, no hice nada; hoy como antes sigo siendo contraria al servicio militar obligatorio; sin embargo, soy adicta a la ley y pienso que debemos respetarla influyendo en tanto para su derogación, pero vigente, debemos observarla, hijo mío. Sobre todo no haremos nada para que juegue en beneficio nuestro y con perjuicio de los demás. Que el azar decida – estuve diciéndome todo ese tiempo. No creas que no temblé pensando en que podrían tocarte dos años de “marina”… pero te tocó tierra. Alguien fue en tu lugar; el destino creyó propicio salvarte. Luego confiaba en que te quedarías cerca; y si no… Bueno, si no lloraría seguramente a escondidas y dormiría mucho menos de las horas necesarias, pero tu cumplirías. Y yo estaría reconfortada ante la seguridad de que no buscaste la ventaja, de que no la tuviste. Que ninguno de nosotros la tuvimos.
Hijo mío; ya sé. Mucha gente de la que tú conoces ha buscado al amigo, ha logrado una promesa; la madre; el padre; el tío; el abuelo; toda la familia suele movilizarse. Pero, ¿y quienes no tienen a nadie para pedir por ellos, ni a nadie a quien pedir…? Te parecería justo que para servir a la patria, comenzaras por ofenderla, valiéndote de armas ocultas; haciendo ejercicio de procedimientos que nunca hubieras debido aprender a utilizar. Debí explicarte todas esas cosas; comprendiste estoy segura, y aprendiste y se lo enseñarás a tus hijos.
A media mañana, cuando ya tenía hechos cien viajes a y desde Cobunco – solo sé que queda lejos – tensa, asustada, madre en definitiva, nos avisaron que habías sido destinado al Regimiento de Granaderos General San Martín, en Buenos Aires. Y me cuadré silenciosa, sin levantar la vista, sin moverme un milímetro de mi sitio, me cuadré; mi reverencia a Dios -quedaba cerca- mi reverencia al creador del Regimiento; mi gratitud al sol, al cielo, al aire tan transparente y claro; mi sonrisa a mi misma. Estabas en la cumbre más alta de mi esperanza. Una mezcla de bronces y colores en el fondo de mí, lejos de todo, la femenina vanidad, tu imagen con ropa de aquellos, si de veras heroicos granaderos. Hijo mío, comprendes…?
(Inédito – febrero de 1964)
A Guillermo Aníbal:
A Claudio Marcelo:
El verso que me pediste (inédito)
Pajarito, pajarito,
dime, ¿tú tienes mamá…?
¿tienes también hermanitos
y también tienes papá…?
Figurita de colores
contigo quiero volar,
y rodar con las hojitas
y con el viento cantar.
Préstame tus raudas alas
tu garganta de cristal
quiero llegar a las nubes
y con sus copos jugar.
yo te dejé mis juguetes
y tus plumas me darás
te querrán mis hermanitos
y te querrán mis papás
Me saldré por la ventana
a tu casa en el pajar,
llevándoles en el pico
besos de miel y de pan.
Y volveré dulce trino
en plumas mi corazón,
desde tu nido a mi nido,
con un mensaje de amor.
A Ingrid Margarita
BAILARINA
Mi pequeña pequeñina
me pide con dulces ojos
la deje ser bailarina.
Su cuerpecito se empina
y ensaya un paso de danza
mi pequeña pequeñina.
Con sus bracitos en alto
ora un paso, ora un salto,
Ya se yergue, ya se inclina,
mientras se mece en sus ojos
su sueño de bailarina.
Su carita sonrosada
implorante la mirada
su boca dulce y mohina
gira, gira, transportada.
Sus labios no dicen nada,
mi pequeña pequeñina,
pero me piden sus ojos
la deje ser bailarina.
También encontramos inédito este poema, demostrativo que aun en los mas íntimos festejos siempre había lugar para sus hijos.
Aniversario
Cinco niños,
Con un poco de cada uno
de nosotros;
un laurel
ya crecido, que da flores rosadas,
y otro blanco;
una
adulta pareja de palomas
que por las tardes
quiere, arrullar todavía
nuestro arrullo.
Un camino
donde vamos dejando
paralelas, las señales, y juntos.
Una lámpara
siempre a cada lado.
Yo mis versos,
tu mis versos también,
porque son míos.
Tú tus sueños,
yo tus sueños también,
porque son tuyos.
Cinco lustros dolidos, y gozados,
cinco niños,
un espacio
todavía de canto,
un calendario
de esperanzas y de miedo;
un rosado laurel,
y un laurel blanco.
ANECDOTAS DE MATILDE EN LA MEMORIA DE SUS HIJOS:
DE RICARDO GUSTAVO:
Vendría Ernesto Sábato a La Plata. Todo un acontecimiento. Daría una conferencia a las seis de la tarde en el club Estudiantes; Matilde lo invitó a que viniera más temprano a tomar un café con su marido y a conocernos a nosotros, sus hijos. Los preparativos fueron inimaginables. Matilde enceró toda la casa. Samuel arregló el botón de la cadena del baño y a la mañana temprano nos llevó a los hijos varones a la peluquería; para todos “corte americano bien cortito”. Ernesto llegó enseguida después de almorzar. En cuanto bajó del auto y luego de abrazarlo en la puerta de casa, mi madre no tuvo mejor idea que señalarle –como una referencia histórica- “la casa de Balbín”, el legendario líder Radical, frente a la nuestra. A Sábato se le transformó la cara; le dijo a Matilde que necesitaba conocerlo y hablar con él, rogándole que le consiguiera una entrevista para cuando Balbín dispusiera.
Mamá lo tomó del brazo y lo llevó a la vereda de enfrente mientras le decía: Se la podés pedir vos mismo porque Ricardo Balbín atenderá la puerta en persona, como es su costumbre. Y así ocurrió.
Matilde los presentó.
Balbín que tampoco lo podía creer, solo atinó a decir: “Ni más ni menos que Ernesto Sábato tocando el timbre de mi casa…”.
Por lo visto era un encuentro ansiado por ambos que, -vaya uno a saber por qué razón- no se habían producido antes.
Matilde dijo: “Los dejo solos; tendrán que conversar”. Balbín le dijo que sí, que gracias, y Sábato le prometió: “Andá Matilde, calentá el café que cruzo enseguida”. La reunión ente ellos se prolongó hasta más allá de las 18 hs. Sábato llegó tarde a la conferencia y Matilde se quedó con toda la bronca de no poder conversar un buen rato con Sábato en su casa de pisos encerados e hijos de punta en blanco.
DE CLAUDIO MARCELO
Quienes tuvieron la oportunidad de conocerla de entre casa, limpiando los pisos del living con el pucho en la boca y en patas tarareando alguna vieja canción (no silbaba porque no le salía, pese a los esfuerzos de los hijos más chicos en explicarle de qué manera poner los labios y la legua…) no les llamará la atención la anécdota que atesoro como uno de los recuerdos más sonrientes.
Mamá tenía varios hábitos adquiridos a través de los años que ponían de manifiesto su particular forma de ser, que en definitiva no era otra que hacer las cosas a su manera.
Una de esas maneras era tomar el bicarbonato de sodio directo “del envase a su boca” y después tragarlo con un vaso de agua. Pareciera que pensaba que disolviéndolo en la boca su efecto se potenciaría. Lo cierto es que era muy común recibir el pedido de “traéme una cucharita para la acidez”. Una de esas noches en que yo no estaba con muchas luces recibí el pedido y dejando de lado lo que estaba haciendo, pero aún con la mente puesta en eso, fui bufando a la cocina en busca de la solicitada cucharita, me dirigí al baño, abrí el botiquín, tomé el frasco del impoluto polvo, llené la cucharita y se lo entregue raudamente para continuar con mis quehaceres. Al instante sentí gritos furiosos, amenazas de toda índole. Fue rápidamente a la habitación y la ví vociferando mientras una profusa espuma fluía de su boca. “Vos me vas a matar…” Repetía con efervescencia y ojos desencajados. Yo con el apuro había llenado la cucharita con sal de fruta en lugar de bicarbonato.
DE INGRID MARGARITA – (Anécdota de amigos y dulce de higos):
La manera de ser de Matilde provocó que tuviera enemigos nacidos inevitablemente de las luchas por mejorar a los menores tutelados y a los enfermos de Melchor Romero, entre otras. Algunos de ellos sumamente poderosos. Pero también recibió la bendición de grandísimos amigos. Las enumeraciones siempre llevan el inevitable olvido involuntario. Por eso no la haremos. Pero sí evocaremos una anécdota que muestra tanto la importancia de la amistad cuanto lo poco que le duraban las rabietas. Sucedió en la época en que Matilde conducía una audición por Radio Universidad de La Plata. Asumió la Dirección General de la Radio, el Doctor Julio Sager, creemos que en 1964. Con Sager eran colegas y amigos desde hacía más de treinta años. Y hubo un fuerte cambio de palabras en una reunión acerca del contenido y la conducción del programa de Matilde. Discutieron y Sager la echó de la radio. Ella volvió a casa rumiando bronca e hizo dulce de higos rellenos con nuez.
Eran su especialidad y la familia soportaba su dulce desde cuando todavía no lo era ni siquiera dulce. Al día siguiente le mandó a Sager un frasco con dulce de higos rellenos y una etiqueta que decía…
“vos me echaste de la radio
y otra radio no consigo
entonces, a que voy a odiarte?
Mejor, comé dulce de higos”
Ella homenajeaba a su familia y condecoraba a sus amigos con el dulce de higos rellenos, como una idische mame universal.