Capítulo 11

Lo que le quedó a medio decir

Llévame junto a tu señal
de sangre, y haz que muera, en la víspera
misma del latido, con que apague
tu aliento, bajo el cielo.

Permanencia (inédito)

En sus poemas y en alguna prosa inconclusa encontramos lo que a Matilde le quedó por decir y vertimos aquí solo algunos ejemplos en los que, a nuestro juicio, pendía la puntuación o la chispa de inspiración final para concluirlos como ella quería. Seleccionamos los que son inteligibles a pesar de la evidente labor creativa interrumpida. Sabemos que estas perlas inconclusas perderán inevitablemente parte de su esencia a los ojos de los lectores desprevenidos. Pero también creemos que a los ojos de los lectores avisados y conocedores de la esencia de Matilde, cerrarán casi perfectos.

También asumimos el riesgo calculado de hacer conocer poemas que Matilde consideró “poema a medias” como ella les llamaba a los que “no terminaban de cerrar nunca”.

Los distinguía de los poemas impresentables, que les llamaba “bodrios” con un inevitable destino del “cesto de papeles”. Por eso pensamos que en estas páginas podremos encontrar “poemas a medias”, pero no encontraremos “bodrios”.

Por supuesto que Matilde los ha tenido. Después de todo, ¿qué poeta no los ha escrito? Pero ella misma los ha desechado.

Existe un poema inédito, que se creía incompleto e innominado, pero estaba concluido en poder de su amigo, Enrique Basla. Se llama “Y es todo” y de inédito le queda poco:

Ahora descubro
y me avergüenza descubrir
que una gota de alcohol
revive en mí,
mis mejores momentos

creativos.
Abre las puertas de mi ser

absurdo,
un poquito de alcohol,
un olvido de las cosas terrenas,

y me abrazo a mi misma,
y talvez solamente
por ese poco
de alcohol,
descubro que soy

realmente, profundamente
mía,
que yo soy yo,
y llora

la que oculta arañaba por hallarse.
Quiero llegar a mí,
volver a ser mi origen, mi semilla,

la madre de mi misma,
ser yo en mí, engendrándome
y alumbrada de mí profundo ser,

crearme y recrearme.
La ebriedad me manda, y obedezco,

me siento así
profundamente mía.
Quiero un otro ramalazo de alcohol,

indescubierta, necesito
borrarme de mi carne
de mis huesos, de mi sangre,
no ser más esta diluida idea de ser vivo.
La embriaguez me seduce,
y me lleva con ella,
quiero dejar de ser, y no encontrarme
más nunca,
un recuerdo taladrado en esa mente

inservible MIA.
Necesito un recuerdo de mí,
y ser la esencia de ser vivo

renegando de toda
certidumbre.
Ser la nada total y navegante
de este generoso vaso ebrio
que me hace irremediablemente

suya.
Mi reloj
ya detuvo su latido,
ya estoy fuera del tiempo.

En esta noche de desnudez desnuda
un tango me lastima
desde la huella monótona de un disco,

y quemo toda mi existencia en este querer
nadificarme.
Y este tango, y el tango

me lacera,
más alcohol, desnuda, necesito

sumergirme en él,
redescubrirme.
Hay un tango en el disco
que resuena,
lo siento,
estoy desnuda, y todos los dolores

que un día me hirieron
y persisten,
me lastiman aún,
me quiero,
necesito de mí, estoy profunda,

profundamente desnuda,
desnudísima.

Este poema a Nicolás Guillen, nunca le termino de “cerrar”; la enojaba porque lo cerraba de un lado y se le iba del otro.

Nicolás Guillen
tu son
no es solo son
que además
de ritmo, rima

y compás el tiempo es sien
con que vas
sembrándote,
y es también
cielo y es sol,
y es compás
creciendo espera,

sazón de mies
y es pan blanco tu son.

Nicolás Guillén aquel
reparto con que nos das
el pan de tu corazón.

O este otro innominado:

Algún día dirán:
Ella lo hizo;
este almohadón; la lámpara

las fundas de los sillones
de terciopelo rojo;
y las cortinas verdes;
y el zurcido invisible de aquel
mantel
de lino,
y mi tricota blanca
con la franja punzó
y aquel vestido
azul francia;
y aquel geranio lila
que se trepa buscándola
y el laurel y el jazmín
ella fue quien los puso
a ser fragancia
.
Él dirá
Ella puso la música en mi pecho…

Y esta guitarra mía entre mis brazos…
Ella acercó mi corazón al piano,

cuando apenas alcanzaba mi latido
el teclado.
Ella estuvo cuantas
veces de rodillas,
por quedar a mi altura
mirándome escribir
primeras letras…
Ella impulsó mi sueño
navegante
toda mar, toda proa filosa
ola, velamen ….
Ella escribió estos versos…


No podía faltar entre los papeles del cajón mas visitado de su escritorio algún poema referido al hambre. El flagelo que padece buena parte de los argentinos, “…nunca tanta ni tantos…”, y tan diferente al “hambre digno” que Matilde conociera en su infancia y en su adolescencia.

Señor Gobernante…

Hoy mis niños no tuvieron sopa,
ni carne, ni huesos,
en el país de la vacas gordas.

En el país de los verdes prados,
de las lluvias buenas,
de la generosa ubre
de los campos,
los niños se duermen

soñando comida.
Comen bien
los accionistas de los frigoríficos.
Comen bien ,
los señores de los mataderos.
Comen bien,
los hacendados, y se nutren sin pena
los hombres de gobierno.
Para los obreros del riel,
bayonetas.
Para los esclavos de la fábrica
cárcel.
Para los peones de campo,
miseria.
No hay cañones,
no hay balas,
no hay celdas
para el enemigo que soltó la fiera.
En la escuela,
desde muy pequeña, ya sabía
cuántas cabezas de ganado pacían.
Los mapas marcados en verde y castaño,

alegres dibujos de vacas y pastos.
La flora, la fauna,
mentida promesa de paz y abundancia.
Señor Gobernante, tus hijos no penan;
o pollo o pescado.
Los nuestros, apenas, quisieran puchero,
lo demás lo sueñan.
El cardo del hambre florece en espina.
No andemos sangrando.
El cielo no quiere que el mundo camine
su piel en andrajos.
Cerquemos la fiera.
Ahoguemos el monstruo que roba la carne.

Hundamos la nave que lleva en su abdomen
el triste puchero
de nuestras criaturas.
Te llamo en aliado,
te llamo en hermano.
te llamo en el soplo de amor que calienta
tu pecho de padre.
Coraje y angustia, señor gobernante…
Sin ruego y sin llanto,
te exijo y te mando,
devuelvas la carne y el hueso a mi plato.


(inédito)

LOS JAZMINES QUE TUVE

Todos los caminos que creí florecientes,
se quiebran y despeñan marchitos
al abismo.
Es gris la piel del cielo, y es gris

la voz del aire,
yo estoy desmenuzándome,
acaso en un instante ya no pueda encontrarme.

Es un desconocido llevado de una mano
nocturno, descarnado,
quien transita mis venas, quien apaga
mis luces, quien cierra
mi ventana,
quien clausura mis párpados,
quien me mira dormida.
Sostengo en ambos brazos mi calor
y mi aliento,
ese latido ciego que rehuye mi oído.
Tal vez ya no consiga despertar,
estoy sola, multitud me cerca, mi cal
está desnuda,
quisiera huir, ya corro por caminos de nieve
y ruedo hacia el silencio
inexorablemente.
En hondo ser silvestre, recobro los jazmines

que tuve por almohada, me aroman
y me arrastran tras sí
nadie me espera.
Borré de los retratos, arrancaron la hoja
que fui, del calendario, el espacio que tuve

como mío, y mi tiempo, ya fueron
repartidos.
No hay nada que me muestre, ni huella
ni señales,
fui sueño en el nocturno cerebro
de algún loco que quiso recobrar
su lucidez, no tengo manera de probarme.
Los sueños no se inscriben, ni pueden

recrearse,
ni bordarse en el lino,
ni tatuarse en el brazo.
Detrás de todo esto dramático y absurdo,
una niña de brumas despierta
y me sonríe, yo alcanzo a sonreírle,
y es mi única prueba.

IDILIO

Que extraño que así nos guste, saber que te quiera tanto.
Que extraño que no temamos que por ti pueda olvidarnos.
Sus primeros balbuceos, su andador, sus pasos cautos,
delantales y cuadernos, trencitas y moños albos.
Después espejos, rubores, junco, cereza y durazno…
Supimos estremecidos que tu la habías besado
aquella noche de luna que estuvieron tan callados.
Capullo de diez y siete pétalos apretados,
su asombro se deslizaba, como un cisne sobre el lago.

Blancos tules extendía la luna sobre los prados.
Si nos parece mentira que no hubiéramos llorado.

Qué extraño que así nos guste saber que te quiera tanto.

BARRANCA ABAJO

Se vino barranca abajo
la familia de Patricia
la familia de Patricia;
ya no parece familia.
A Patricia y a su hermana

se las llevó la milicia.
Fueron dos aldabonazos
en los pechos asustados,
de los padres de Patricia,
y está la niña entre rejas
esperando sin domingos,
un domingo de visitas.
La cara de las paredes
de su casa, no es la misma,
y ya no tiene paredes;
solo rincones de ausencia
con ojos que ya no miran.
La familia de Patricia
ya no es más una familia.


Este quizás haya sido su último poema:

INMOLADOS

Era tarde ya, para la súplica,
para la razón, para esgrimir el llanto.

Para todo fue tarde; desde antes todavía
fue tarde.
Madre nueva y su niño, hondo en la sombra,

un latido recién inaugurado,
escondido en su sangre,
balbuceando su nombre,
y era tarde.
Madre apenas, y una madre total
en el suplicio,
la mataron mucho antes de matarla,

mucho después de muerta,
la mataron,
la siguieron matando, y la mataron.
Y los ojos dulcísimos del niño,
que no habían mirado todavía,
y las manos sin mano
de su niño,
y la canción de cuna ensangrentada.

Los más crueles, sanguinarios
de todas las edades,
de todas las historias,
de todas las prehistorias,
de todas las cavernas,

congregaron su fuerza bruta en ella;
ultrajados inermes veinte años.
La vencieron,
disfrutaron del deleite del odio,
mil veces la vencieron, la sepultaron,
la exhumaron, le borraron los ojos,
le bebieron la sangre,
le arrancaron el nombre,
la inhumaron de nuevo,
se instalaron
en el hambriento diente del gusano.

Ella, todavía respira en el ocaso,
cuando vuelven los pájaros al nido.
Ella y su niño, los inmolados nuestros,

callan y gritan a un tiempo,
y nos perdonan;
nos absuelven de todos los pecados
de impotencia que acaso cometimos,

nos perdonan de veras y nos aman.
En una aurora, imprevistamente,
sin que nadie comprenda
ni imagine,
en una aurora de color durazno,

reencenderán el canto en nuestro pecho,
y nacerán recién, y para siempre.