Capítulo 08
Lo que dijo en algunas notas periodísticas.
“Cuando se ha comenzado a escribir a la
edad de cinco hijos y se ha cumplido ya la
edad de trece nietos, y continúa uno
escribiendo, y con el deleite casi infantil de
estar haciéndolo, es porque la poesía lo quiere
a uno, y ha de seguir queriéndolo, seguramente
hasta el instante del ciprés, y mas allá…”
Matilde
Lo que dijo en algunas notas periodísticas
Matilde siempre dijo lo que pensaba. No solamente en forma poética o en sus piezas jurídicas; sus notas periodísticas también reflejaba un pensamiento sin concesiones.
Señora, no compre un niño.
No lo compre porque el niño no es una mercancía. No lo compre porque seguramente es producto de robo. No lo compre porque es engordar al cerdo. No lo compre porque existe una manera legal de contar con un niño ajeno para hacerlo propio merced a la adopción.
No lo compre porque en definitiva, Dios no quiere cosa puerca, aunque su intención sea limpia. A la larga, todo aquello torcido se descubre y puede verse en situación de tener que devolver a la madre ese niño con el que usted se ha encariñado como si fuera su hijo de sangre.
No lo compre porque el Código Penal castiga con pena de prisión maniobras como la que usted admitió salteando la normativa vigente.
No compre un niño, señora, porque comúnmente la entrega de la criatura ha sido hecha sobre la base del engaño o de una tramposa persuasión, conminando a la madre, en situación desesperada, a entregar al hijo sin siquiera conocerlo. Si le hubiera puesto al pecho, con la primera leche que le diera, ya no se desharía de él. No compre un niño, porque es ingresar a la la banda de malhechores y porque usted no querrá que en el silencio de la noche, mientras lo acune, le suene en su oído el llanto de la madre, impotente de recuperar a ese ser arrancado de sí, por manos criminales. No compre un niño, señora
Como una semilla en la manzana
Yo sé que hoy alguno de nosotros dejará este lugar. Que una mamá y un papá posible vendrán a llevarse un niño.
Ojalá quieran a uno como yo, aunque no tenga cara linda, ni sea fuerte; ojalá quisieran conformarse con un chico flaco y como yo, pequeñito para mi edad. Voy a crecer después; estoy seguro.Quiera Dios que les guste, aunque sea tímido, aunque los demás me ganen en tod, aunque no haya aprendido a cantar todavía, ni a reírme siquiera.
Yo escuche cuando la preceptora lo dijo. Desde entonces, enloquecí de ilusiones. Me llevarán consigo para siempre, a su casa, a su mundo, a su ternura, para hacerme suyo. Dios mío, pertenecer a alguien, ser de alguien deberme a alguien. Que me quieran que me eduquen, que me premien, que me castiguen.
Si a mi me dieran a elegir entre muchos “papas y “mamas”, seguro que me llevaría a los dos mas débiles; a los que menos tuvieran y fueran, a los mas necesitados de amor y de alegría.
Es que nadie sabe lo que un niño solitario siente. Poder decir papá y mamá como si tal cosas; como quien dice lluvia, flor, cielo, pájaro, calesita y saber de veras qué es una mamá y qué es un papá. Que no se trata simplemente de personas sino de algo con mucho mas; un hombre y una mujer, con uno mismo dentro de ellos, como una semilla en la manzana.
Un día, una madre
Antes la querían consigo, la tenían consigo; no la dejaban ir. Ni siquierade paseo por un rato. La amaban como a su propia vida. Ella los llevaba a la escuela; les enseñaba a comportarse, los cuidaba, los corregía; les embellecía la existencia. Pensaron entonces, muchas veces, qué sucedería si llegara a faltarles. Pero los años transcurrieron y ya no les es indispensable. Resignadamente la ven vivir. Ya no les sirve ni para ayudar a cuidar a sus propios hijos; ha comenzado a ser un estorbo. No sabe qué pensar, ni quiere pensar siquiera. Se da cuenta que ser madre no es una hazaña. Que no ha hecho méritos extraordinarios y que ni aquello más sacrificado, rayano en heroísmo, es considerado, como tal, y que además, en la agenda de sus hijos, esos hechos ya se borraron hace mucho tiempo.
No puede morirse cuando ella quiere; Dios no la deja, y no sabe cómo explicarles que su longevidad no es culpa suya. Además no desea herirlos, permitiendo ver que se da cuenta de su impaciencia. Llega un momento en que espera lo peor, que no será precisamente la muerte. Advierte un movimiento extraño; una casi imperceptible cosa que le dice que en cualquier instante se desharán de ella; la separarán de sus nietos, de su sillón junto a la estufa, de su costumbre de sentarse a la ventana en las tardes de verano. Sabe, ha leído la sentencia en el rostro culpable de su hijo, en la irritabilidad de su nuera. Se da cuenta. De noche, comienza a revisar sus ropas, a doblarlas, y para que no ocupen tanto lugar – finge-, ha comenzado a colocarlas en una vieja valija. No dirá nada. Esperará simplemente. Cree no haber perdido la memoria como otras ancianas, ni decir disparates; cree no dar trabajo tampoco.; por el contrario, teje para los nietos y ayuda en cositas pequeñas. Las cositas pequeñas de las que todavía se cree capaz. Y no los juzga mal. Con todas las ancianas, piensa, sucede lo mismo. La vida moderna, las casas modernas, el espacio estrecho. Y una tarde le dicen que irá a pasar unos días a una quinta.
Unos días nomás, le hará bien. Ni siquiera pregunta quién la acompañará, ni si quedará sola.; ya sabe, está segura. La dejarán y nunca más volverá a la casa.Primero la visitarán todos los días, luego solamente los feriados y domingos, después solamente los feriados, y más tarde, sólo cuando le avisen que está enferma. Y luego sólo cuando le digan que está grave. Finalmente para llevársela a su descanso definitivo.
Y está empequeñecida y triste la ancianita. No les dirá que su valija está hecha. A la nuera, le regalará el prendedor que heredó de su propia abuela, porque con el trajín puede perdérsele. A la nieta mayor, el collar de perlas que no son legítimas, pero que ella llevó toda su vida. Al hijo le dirá que ella necesita poco, que de la pensión que cobre, sólo le entregue lo que a él no le haga falta.
No se despedirá de sus amigos, ni vecinos, porque le dará vergüenza. No dejará nada; sabe que no ha de volver.
Es la madre; la madre vieja; la “nona”, la bobe. Llorarán los nietos despidiéndola. Y ella llora, pero dulce, resignadamente. En esa quinta, será un trasto entre los otros trastos, ancianitos todos; todos solos.
Sus hijos, las nueras, los yernos dirán cuando pregunten por ella: “está muy bien, usted sabe, entre viejitos se entienden”. Su agobiado corazón, en tanto, estará esperando ya nada más que el momento de dejar de latir.
Madre inmigrante
Merece un capítulo especial la madre inmigrante. Por madre y por ese plus que significa haber afrontado la aventura de emprender caminos nuevos, dejando todo lo entrañable y más querido.
Comúnmente pasajera de tercera clase. Un magro atado de bienes, por toda fortuna y enorme bagaje de esperanzas. Una criatura pegada a sus rodillas, otra en brazos… dilatada por pupila ansiosa por ver tras oleaje y oleaje los primeros perfiles de la tierra prometida.
El hombre junto, y unidos, aguardando.
Madre inmigrante que valerosa eres. Cuánto renunciamiento, cuanto heroísmo y qué enorme fé en el porvenir.
Has estado sabiendo que todo aquello quedado atrás, y a puro recuerdo, será por mucho tiempo tu único sostén, tu sola fuerza.
Que muchos días serán de desconsuelo y muchas noches serán de pura lágrima. Y sin embargo, anónima, un rostro mas en la tercera clase, ha emprendido el camino y ha llegado.
Y la tierra extraña y el idioma difícil, y el pan escaso. Y el hombre compañero a quien hay que apoyar y prestar fuerzas. Y luego el hijo sí de este mundo nuevo.
Añorar aquellos soles y aquellas lunas, aquel pedazo de tierra que ha traído guardado en su corazón. Los sepulcros queridos, los lugares caminados…
Después los hijos, totalmente integrados, y ella por obra suya integrada también como sí aquí hubiera nacido. Y el amor a esta tierra como si en ella hubiera visto la luz por primera vez.
Y mas tarde las tardes del ocaso, llenos los ojos de fruta madura, honda la aldea, y las fiestas de cuando eras muchacha.
Madre inmigrante, tan madre como todas, y todavía mas…
Sería hermoso levantarle un monumento. No piedra muda. No bonces refulgentes. No mármoles. Levantar en su homenaje y en recordación un Instituto grande para niños difíciles. Un hogar grande donde protegerlos, cuidarlos y formarlos, para que de allí, salgan borrada toda huella de pasado, hombres íntegros capaces de porvenir.
Si todos los descendientes de inmigrantes diéramos nuestro aporte, pronto tendríamos la suma necesaria para levantar el mas grande templo de bondad y comprensión para tanto desafortunado. Salvarlos de la reja rescatarlos de la soledad, liberarlos del mutismo.
Tal vez este día en que celebramos el día de la madre sea propicio para la meditación, y para una decisión. Concretar en una obra de bien la minoridad problematizada, toda nuestra gratitud y honra a la madre inmigrante. Las mas grandes fortunas del país pertenecen a descendientes de madres así. tal vez todo sea cuestión de disponernos a hacer realidad este proyecto. Y sea este día de la madre del año 1968, el inicio de una obra de la que los siglos hablen.Seamos los hijos de inmigrantes dignos de tan valerosa madre y fundemos en su recordación el hogar grande, donde quepan y de donde salgan hombres de provecho para beneficio nuestro y de nuestra posteridad.
Quizás todo esté en decidirnos, y de comenzar. Queda lanzada la idea ojalá sean muchos los que la recojan
Simplemente un empleado público
Pero pobre de ellos. …
Creen que los que no aparecemos en las primeras planas de los diarios ni en la segunda, ni en ninguna, no existimos, y que en definitiva se podría prescindir de nosotros.
El empleado público, ese hombre que sale todos los días a la misma hora, que vuelve todos los días a la hora de siempre. Un símbolo de rutina; un ser que no ve más allá del rectángulo de su ventana, por la que mira el mundo en un instante en que su jefe no está y en que hurta un pedazo de tiempo propio como si fuera ajeno. Una figura gris. Pero… pobre de ellos, de los que nos compadecen porque creen que porque aún no habiendo obtenido un título profesional, ni médico, ni abogado, ni profesor, ni ingeniero, habríamos podido tener las piernas de Pelé, el puño de Monzón, los brazos de Vilas, la mente de Boby Fischer… la garra de Fangio, y no, nada, ni ninguna de esas cosas. Simplemente somos el tornillo de un engranaje de los tantos que impulsan la complicada máquina de la administración pública.
No “llegamos”, suponen, porque la televisión no nos muestra ni la radio nos pregona, que no existimos y que vivimos una tremenda tragedia aplastados por el anonimato…
Pero, pobre de ellos, los que nos compadecen y nos ignoran y nos pintan de gris, cuando nos pintan; pero qué saben de lo que hay dentro de un humilde rutinario empleado público.
Se asombrarían de escucharnos decir que nos sentimos realizados, porque en definitiva estamos dedicados a ganarnos la vida, de esa forma y lo conseguimos. Cumplir con la labor por la que se nos paga, de cuyo producto vivimos y vive nuestra familia es, sépanlo todos, una forma categóricamente digna de realización.
Yo salgo a la oficina cantando. …. He dejado a mis hijos con lo necesario para el desayuno para el viaje a la escuela, para comprar sus útiles; a mi mujer con todas las caldeas domésticas prendidas, los guardapolvos de los chicos, la comida del día, lavado, planchado, todo en marcha. Y mientras voy esquivando el tránsito derecho, suponen que como un “robot” a mi oficina, sueño, proyecto, recuerdo, hablo conmigo mismo. El éxito lo llevo en este mundo chiquitito, adentro; allí fulge mi sol del día domingo, con mis hijos remontando un barrilete, o empujando la hamaca de los más pequeños, allí llevo a mi mujer en la imagen maternal de cada rato. Llevo los cuadernos y los boletines; llevo la satisfacción de ser honrado; de no estar aprovechándome de nadie; de no vivir del esfuerzo ajeno; de no envidiar el éxito fácil; de no querer más de lo que mis posibilidades físicas, mentales y económicas permiten.
Que nos creen resignados, pero pobre de ellos. … No somos ovejas de un redil. El empleado público, es un hombre que sigue siendo hombre en toda la plenitud de su humanidad, inclinado sobre un escritorio, pero erguido en su propia estatura y créanme contento.
Que somos una forma gris fracasada, pero pobre de ellos, yo vuelvo del empleo y al entrar en mi casa, soy Pelé…, Travolta,…. Boby Fischer… Ernesto Sábato; Leloir; Fangio; Monzón … todo junto, porque simplemente soy un hombre honrado, un padre responsable; un marido feliz: un hombre bueno.-
Ser mármol de una estatua
Álvaro Yunque dice en dos versos una verdad para cuya enunciación sociólogos, psicólogos, abogados tal vez precisáramos páginas enteras. Magia de la poesía.
Dice Alvaro Yunque, simplemente poeta “Mármol de meadero ay triste, ser mármol de una estatua bien pudiste”.
Esto es lo que nosotros pensamos en cada una de las visitas a los institutos de internación de menores bajo proceso: es lo que tan hondamente nos acongoja en cada una de las visitas hechas a comisarías unas especiales para albergar menores y otras nada especiales.
Prematuramente curtidos, envejecidos, frustrados, seguramente para siempre.
La noticia periodística nos golpea cada vez que un hecho delictuoso ocasionado por un menor de edad toma estado público. Nos golpea, pero no nos mata. Nos reponemos con increíble rapidez y volvemos a la serenidad hasta que un nuevo hecho reitera el impacto.
De donde salen los niños buenos y de donde los malos. Todos se gestan en un vientre materno, todos desde allí alumbrados. Todos tienen su período de gatear y de ponerse luego de pié. Que sucede con ellos nos preguntamos.
Genética a un lado, en ese terreno no nos metemos. Qué traen consigo desde antes…? Qué adquieren entre nosotros después…? Llegan a un mundo ya construido por seres humanos que justifican todo, precisamente por el hecho de ser humanos, a un mundo reglamentado por estados que esos mismos seres humanos crean.
Y qué pasa con ese niño, una vez puesto de pié? Tiene por donde caminar, sabe hacia dónde ir…?
Genética a un lado, psicología a un lado, sociología a un lado, derecho a un lado. Qué está en condiciones hacer el niño por sí mismo. Qué aquellos que lo trajeron al mundo y a quienes por rutina se les llama “papá” y “mamá”?Esta es una pregunta que nos planteamos cada vez que en cumplimiento de una acordada judicial llegamos en comisión a ver donde se alojan, los menores por hechos que cometieron a veces apenas aprendido a dar pasos.
Cómo se alojan, que sienten en esa obligada segregación, qué sueñan…? Porque como los niños diez puntos, también han de soñar. Qué esperan, quién los espera, qué piensan, a quienes transmiten su pensamiento, en aguardo de ser comprendidos. Qué opinan de nosotros sus impuestos interlocutores.
Habría que estar en una de esas visitas. Un Director circunspecto que podría ser buena persona, que seguramente lo es, pero cuanto puede llegar a ser ese Director frente a todo lo que el problema constituye.
Y comienza el interrogatorio: Tu mamá viene a verte…? Si, a veces. Tu Juez viene…? Si, a veces. Tu Asesor viene…? Si, a veces, y a lo mejor es “a veces”.
A lo mejor vienen seguido, solamente que a ellos les parece poco, les parece “a veces”.
“Qué nos querés decir” pregunta la voz cantante: Y cuando me voy. Descuenta que va a salir, por derecha o por la otra, porque la libertad le guiña un ojo desde lejos. Dormido o despierto la libertad lo llama. La pregunta de nuevo, “y, cuando me voy…? Entonces, todos los que en mayor o menor medida son responsables de su encierro, quieren saber”. Te vas a portar bien…? Y él sonríe. Ninguno de nosotros sabría descifrar esa sonrisa. Es una cosa especial que se da de manera especial, en esos chicos especiales.
Entonces se les vuelve a preguntar ”Te vas a portar bien…? Y contesta con un “si” desteñido, como de compromiso. No quiere obligarse a nada. Además él sabe en su fuero íntimo que nadie ni nada le va a ayudar a portarse bien. Quiere salir, simplemente, eso, porque tiene alas y le molestan en el costado a fuerza de no utilizarlas. Por su parte los funcionarios piensan “éste va a volver Y vuelve.
En su casa lo espera una “no casa“. Su libertad no le sirve para nada. Está comprometido a reincidir. No puede no hacerlo. Se siente obligado, apenas se pone a mirar un programa televisivo. Malhechores, homicidas, violadores, todos fuertes, corajudos que caen sí, finalmente por acción policial, pero antes han brillado por su valor. Si, es riesgoso, piensa, pero mientras quién, le quita la aventura. Y además de qué le serviría ser “buenito”. Saldría algún día del pozo infecto caído sin darse cuenta a veces, a veces queriendo…? Llegaría alguna vez a ser bueno de veras de esos “muy bien diez…?”
Ninguno de los de la comitiva sabe que ese menor piensa a veces en cosas lindas, ve en la pared oscura un pizarrón, porque fue hasta tercero, qué cosa linda es una maestra… es un guardapolvo blanco, es una tiza, es una mano a veces sobre una cabeza despeinada.
Fue hasta tercero, pero el no fue a aprender nada. Fue a estar con los chicos, con la maestra, con los recreos. Nunca pensó llegar más allá, y no llegó.“Y, vos, que nos querías decir…? vuelve la pregunta. “Y, cuando salgo…?” Alegremente la respuesta: ”Si te portás bien aquí, si haces caso… vamos a ver”. Antes aún de la pronunciación total del “vamos a ver” ya está el menor organizando en mente la mecánica de su fuga.
Y, esto que parece literatura, no lo es.
Uno sale de allí aplicando a cualquiera de los internos visitados, esa cosa que una vez escribió Alvaro Yunque: “Mármol de meadero ay triste, ser mármol de una estatua bien pudiste”.