Capítulo 10

La temática judía en mi poesía

“No se trata de ver cosas que existan,
sino aquellas que nunca
se mostraron, y de verlas”

Matilde

Qué era lo que pensaba Matilde de su poesía

Ya insinuamos en las primeras líneas una parte de su pensamiento. Aquí trataremos de mostrarlo en su evolución.

Foto de nota del diario El Día
Foto de nota del diario El Día

Charla en 1995

Hablar de la temática judaica en mi poesía sería una redundancia si no fuera porque aparte de ese contenido general lleno de mí, tengo una producción netamente, específicamente, entrañablemente judía.

Desde ya que cada uno crea con lo que es y tiene, con lo que inseparablemente lo constituye. Yo escribo con los sueños de mi padre, con las esperanzas de mi madre, con los recuerdos de ambos, con los motivos de sus recuerdos, con sus profecías con sus proyectos, con sus triunfos y con sus frustraciones.

Escribo con el olor al pan amasado y cocido al horno; con los perfumes de las rosas que ellos aspiraron durante su noviazgo. Con sus miedos y con sus osadías; con su intrepidez de inmigrantes; con su humildad, con su rebeldía.

Entonces digo: “Para cantarte de celebrarte”… y luego escribo con su ancestral dolor “Izcor”; el que ellos heredaron de sus propios padres.

Y nos diste Señor, lo que pedimos.
Una alfombra de Sangre fue el camino,
plomo, hoguera y cuchillo.
Cuando creímos
más en los hombres

que en aquella promesa que tú hiciste
a través de los signos, nos perdimos.
Sólo tú cumpliste.
Y en la hora del llanto te decimos:

en ti reverenciamos
el sacrificio de nuestros hermanos
caídos en el ghetto.
En ti reverenciamos
a nuestros sabios muertos y humillados,
a las doncellas ultrajadas y a los niños maltrechos,

y a los ancianos sangrando
sobre su libro del Sábado.
Y en la hora del llanto, templado el corazón,

fibra y acero,
te decimos Señor, no te olvidamos
ni los olvidaremos.

Y escribo “Tu dimensión”. Y escribo “Israel”

Yo no te sé y te siento
No conozco tus hombres ni tus niños,

ni conozco tus bosques ni tu cielo,
ni tus montes, ni puertos,
ni tus ríos,
ni tus fértiles campos, ni tus piedras

ni la extendida sed de tus desiertos.
Yo no te sé y te sueño.
Pero tú eres la tierra
donde mi padre quiso
que quedaran sus huesos,
y se durmió anhelándote en quimera.

Pero tú eres la tierra
por la que yo desangro

cuando sé que desangran allá lejos,
aquellos que te forjan
abrazando la piel de tu frontera,
penetrando tu carne sus arados,
desentrañando luz de pensamiento,
y moldeándote en formas de belleza.
Yo quisiera reír
en cristal Israelí tus sementeras,
la gloria verde de tus olivares,
y las curvas de miel de tus naranjos,

y la rubia vejez de tus desiertos,
y la mística historia de tus piedras,
y la frente nimbada de tus sabios,
y la luz augural de tus profetas.
Yo quisiera reírte con un canto
que ilumine tus siglos de tristeza,
y alegrarte de risas
desde el trueno, desde el rayo mortal
y la tormenta,
la superada hora del escarnio,
hasta el juego infantil de tus aldeas.
Y encender tus “kibutzim” en auroras
y besar tus ciudades
piedra a piedra.
Yo quisiera ascender en espirales
el humo de tus fábricas,
y mirar desde arriba tus praderas
y llenarme los ojos con el verde
que pintaron “jalutzim” en la greda.
Yo no te sé y me dueles,
pesadilla,
la figura sin ojos del destierro,
y siluetas borradas en exilio,
la forma muda de los humillados,
y el humano cansancio de ser héroe.
Yo no te sé y te sueño.
Ya no eres
aquella secular promesa lenta.
Por tu entraña,
simiente de proeza,
te dilatas gigante, redondeando,

tu gravidez de fruto en flor eterna.

Y escribo “Elogio de tu hazaña simple”

Mientras tú barres el suelo,
tu hijo al cielo
agigante.
Mientras tú prendes la lumbre,
el sol enciende

mañanas,
se maduran las espigas,
y las ovejas
dilatan.
Mientras tú lavas la ropa,
las manos que te acarician,

abren surcos en el yunque,
y cantan pan
en la fragua.
Mientras tu piel ennegrece,
por tener blanca la casa,
se pulen áureas las horas,
para las horas

que nazcan.
Mientras tú surcas,
vigilia, ensueño y conciencia sana,
sigilo sobre el latido

del hombre que cuidas y amas,
desvelo, en torno a los pasos
de tu niño, juego en tapias,
la humanidad gana siglos,

los planetas se desplazan,
y todo gira en tu torno,
en torno de tu sencilla,
bendita, proeza diaria.

Y luego escribo “Analfabeta”

Madre pobre y estoica, avergonzada desamparadamente
analfabeta.
Que no lees ni escribes, simple agreste,
cómo anima tu sombra esa increíble
voz escrita y aroma
esa lectura.

Cómo sigues gozosa cada instante
de esa mágica mano,
cómo ambulas
entre líneas y pájaros y rezas
silenciosa voz
en la palabra
primitiva de amor, que te pronuncia.

Planta oscura extenuándote
y qué fuerte,
tallo herido emprendido al sol
y trepas, que tus ramas, crezcan,
fuljan al sol,
analfabeta,
y a escondidas
madre sola, qué dulce es por las noches
ver la forma, mirar esa manera
dibujada de voces, no entenderlas
y mirarlas lo mismo.
Qué pequeña, de improviso
qué grandes,
cuántas letras te aventajan
quisieras,
tú quisieras recién ser hija de ellos,
 que ellos fueran tus padres
y pusieran
a enseñarte a escribir, a leer
qué dulce, de la mano con ellos
a la escuela.

Escribo luego “Salmo 57” y “undécimo mandamiento” y “Grillo y Cuna” 

UNDÉCIMO MANDAMIENTO

Ámate a ti mismo,
Como quisieras que te amara el prójimo.

Mandamiento no escrito,
el no pensado
por quien nunca precisaría quererse.
Existencial amnesia
de querernos.
Hay una hora absurda de nosotros,
y un espacio de ser
que nos reniega.
Esa hora del hambre,
con la abundancia abierta hacia la boca.
La del sueño
sobre el día despierto de energía.
La de los pasos, mareándonos,
junto al lecho caliente
que se frustra,
con el exacto hueco a nuestro cuerpo.

La del deseo,
con la punzada carne oliendo el beso.
Impíos,
y el reclamo de amor tendido al prójimo.
Esa hora de la juzgada culpa
sin clemencia.
De hermetismo,
Frente al cántaro en vida que derrama.
Elemental y cósmico
mandamiento
primero:
todos nos amen, tal como se aman,
y este desierto nuestro
sin nosotros.

A veces,
ante el espejo
nos miramos, como si recién naciéramos

ya adultos.
Y nos vemos,
sin sabernos,
y sin otra presencia que el trazado sostén
de los sentidos.
Y descubrimos,
que no somos todavía hombres,
que una selva nos asalta el camino
y nos devora.
En la almohada,
fuente opaca de ensueño y de pretérito,
hemos creído sí, reencontrarnos,
y siempre en faz de niño,
con corazón de niño,
y ese asombro traído al desembarco,
y nos amamos, fugazmente
niños.
Sacudida visión,
quiebra el reflejo,
y este ser que nos vive, torna ajeno.

Un horizonte en pájaros intuidos
y la angustiada súplica
de alas,
el impulso a vivir que resistimos,
y el arañado suelo
que duramos.
Adoquín de este puerto sumergido,
cada golpe de sien,
es un navío
que desamarra y parte.
Cuál ha de ser aquél, ya fecundado
de polvo y de gusanos.
El amor,
esa leche de amor que nos fue dada
con legado de repartirlo todo,
y esta ausencia de amor
en que borramos.
Ama a tu prójimo, como a ti mismo.
Y

te amas,
y
yo,
me amo…?

En qué medida nos sostenemos nuestros.
Qué llama propia esperanza
ardemos.
Que perdón de nosotros nos perdona.
Retraídos,
nos quitamos la piedra a nuestro paso,
y nos dejamos allí,
deshechos,
ciegos.
Alguien que crea en la oxidada tabla
y lustrosa,
grabada a sangre y tiempo,
será obligado y urgido a recogernos.
Imperativo
Fundamental y anciano,
Ama al prójimo, que el prójimo te ame.
El no mandado mandamiento undécimo,
y nosotros
solitarios, trágicos,
abandonados nuestros, sin nosotros.

Una Biblia, no suficientemente leída, lamentablemente olvidada, sus grandes normas, sus fabulosas profecías me han llevado y traído desde mi niñez.

Estoy hecha de amor a Dios y temor a Dios, de amor al prójimo y fe en mi misma.-

Duelo por alguien a quien no conozco, alguien duele por mi sin conocerme, digo en uno de mis poemas a manera de síntesis justificativa de fervor por la causa de los que en vez de hablar del dolor lo están doliendo.

Hablan con la estridencia de sus llagas y el mutismo de sus frustraciones. Quién mas capacitado que el judío para saber del dolor de ancestral injusticia.