Capítulo 02
Escrinia – Berisso – Familia – Infancia – La Plata
“Detrás de todo esto dramático y absurdo,
una niña de brumas despierta
y me sonríe, yo alcanzo a sonreírle,
y es mi única prueba.”
Matilde (inédito)
Matilde pudo haber nacido en Rusia, en el pueblo de Babrovy-kut en la Provincia de Kherson; como Elías, León y Enrique, sus tres hermanos mayores. También pudo haber nacido en La Plata, como Luis, el menor o como su hermanita Esther, fallecida siendo niña en un accidente de tránsito.
Pero no. Matilde nació en Berisso un 24 de febrero de 1912. Ella decía que había llegado antes aún que el tranvía 25.
Quien la haya tratado lo suficiente, se habrá convencido que ella eligió nacer allí. Contaba que en cualquiera de sus calles y en cualquiera de sus casas de chapa de fines del siglo XIX estaban todos y empezaba la mixtura. Todos los colores de piel y los tonos de cabello; todos los idiomas y las religiones; todas modas, las costumbres y las culturas.
Su poema Canción a Berisso, dedicado a su hermano León, lo confirma a gritos:
“Yo te canto Berisso, caserío de latas,
portentoso latido de petrolera y fábricas.
Le canto a tu canal de sangre verdinegra
corriendo por tu cuerpo su endurecida arteria,
Y canto a tu horizonte frustrado en chimeneas.
Yo le canto a tus hombres cauce de fibra y carne para
un proceloso océano de riquezas.
Y canto a tus mujeres afluentes sensitivas
con su aporte de sangre, desvelo y fatiga,
corriendo en jornadas por senderos de piedra.
Les canto por recias, valientes y tiernas
cumpliendo su excelso destino de hembra
florecidas en hijos, marchitas de espera.
Le canto a tus muchachos dejando la tarea
veneno en sus pulmones y plomo en las arterias,
en un alucinado girar de poleas.
Y canto a tus muchachas amapolas enhiestas
deshojando sus pétalos en la sección “conservas”.
Le canto a tus niños al borde del camino
lanzando en barrilete sus mensajes al sol.
Le canto a sus harapos, y a su lecho de piso,
a su soledad de padres en horas de labor.
Yo le canto a tus niñas saliendo de la escuela:
alemanas, rusitas, italianas, armenias,
distintas lenguas todas e idéntico candor;
y canto a las pequeñas hijas de mi tierra
“made in argentina” levadura extrajera,
raíces que se prenden a un destino mejor.
Le canto al influjo de tus academias
alimentando el sueño de tu adolescencia
por salir del hollín;
y canto a tus escuelas nocturnas para adultos
donde padres y abuelos aprenden a escribir.
Le canto a tu optimismo, cuando a la calle estrecha
de casa de madera y techumbre de cinc,
aquella que conduce derecho al matadero
salpicada de barro, le llamas PORVENIR…
Le canto a tu puerto de aguas hondas y quietas
con calor de regazo para vidas que llegan
en parición fecunda de una clase tercera.
Le canto a tus noches y le canto a tu almohada
con olor a petróleo y a res sacrificada.
La canto a tus bares de congojas que saltan
al aire en estridencias, guitarras, balalaikas,
violines, bandoneón…
Marineros borrachos que cambian por monedas
honesto contrabando cigarrillos y alcohol.
Le canto a tu cantina frente al embarcadero
Con lumbre de luciérnaga, paz de sauce llorón;
pescadores que vuelcan de sus redes repletas
hondas reminiscencias de una isla de amor.
Yo sé que hay en mi tierra ciudades portentosas
de altivos rascacielos y riente población,
pero yo no podría transponer tus fronteras
sin pasar mi caricia sobre tu miseria,
sin hundirme en tu barro, sin morder tu pobreza,
sin sentir la tragedia de tu resignación,
a no ser otra cosa que lo que eres, colmena
desangrándote en mieles para gulas ajenas,
Y AQUÍ ESTÁ MI CANCIÓN
Yo te canto colmena, por eso, por colmena,
y mi canto que quiso ser un grito de guerra,
un clarín de protesta, una arenga viril,
después de conocerte Berisso bien de cerca
se repliega y comprende, que te haría feliz
alguna canción dulce de amor que te conmueva,
una canción de cuna sutil que te adormezca
bajo un cielo que el humo camuflayó de gris.”
Sus padres, Emma Joffe y Aliaquín (Eliukin Getzel) Kirilovsky fueron sorprendidos por los primeros años del nuevo siglo con las pocas oportunidades y la mucha miseria de la Rusia zarista. Ella, peona campesina y él, maestro de hebreo resolvieron emigrar a la Argentina. Aliaquín venía contratado por el Barón Hirsch como maestro de escuela en el pueblo de Escrinia en la Provincia de Entre Ríos. Conocía varios idiomas. En profundidad el ruso, el alemán, el italiano, el Castellano, el hebreo y varios dialectos, entre ellos el idisch. Fueron esos conocimientos los que provocaron el contrato y la emigración con Emma y sus tres hijos mayores.
Por toda retribución Aliaquín recibiría el uso de una casa en las afueras de Escrinia, una vaca y 35 pesos mensuales. Los primeros años transcurridos en Entre Ríos fueron realmente duros, de una pobreza extrema. Por eso a fines de 1910, poco antes de nacer Matilde, dejan Entre Ríos y se afincan en Berisso.
Matilde dijo:
“Yo escribo con los sueños de mi padre, con las esperanzas de mi madre, con los recuerdos de ambos, con los motivos de sus recuerdos, con sus profecías con sus proyectos, con sus triunfos y con sus frustraciones. Escribo con el olor al pan amasado y
cocido al horno; con los perfumes de las rosas que ellos aspiraron durante su noviazgo. Con sus miedos y con sus osadías; con su intrepidez de inmigrantes; con su humildad,
con su rebeldía.”
La poesía de Matilde permanentemente se refiere a sus padres y a su hogar profundamente religioso. Es lo que se expresa en “Grillo y cuna”:
“De un bosque donde crecen
nomás
cunas, mi madre
cortó un columpio dulce,
maduro para el tiempo primero
de mi infancia.
Juntó flores de luna dormidas
en el agua, mi madre
y me las trajo,
con un azul silencio
robado de algún sueño de río
a ser mi canto.
El viento entonces iba
silbando
como un hombre
que vuelve del trabajo,
mi padre, como un ala de viento
sacudía
las ramas a su paso,
y a veces su latido temprano,
más temprano
que el bronce aún, despertaba
tañendo
campanarios.
El sol
como un abuelo de incendio
nos decía
su cuento cada día, de luz,
en la ventana,
y el techo, y las paredes, y el huerto
y la paloma y el patio,
y la mañana cabrían en el puño
dorado de un durazno.
Mi padre
sembró grillos
de suerte en los rincones,
más pobres de la casa.
De noche nos cantaban
perdón
por todo el hambre del día
y prometían
espigas y racimos
que acaso maduraron después,
cuando fue tarde.
Así crecí, los seres
de lluvia me llevaron consigo
a todas partes
Fui lágrima en el llanto del sauce,
fui diamante
quebrado en las raíces frustradas
de algún barco.
De tarde descifraba señales en el cielo
mi madre,
por las noches,
mi padre me alcanzaba la voz
de mis abuelos, en una
remembranza ternura
con los ojos
callados,
y las manos dormidas
junto al fuego;
así crecí.”
Puntualmente de su madre habla siempre con infinito cariño. Ingresó al País ostentando el oficio de peona de campo. Dice en “La precisamos”:
“Es ya muy viejecita, Señor…!
pero haz que aún viva.
El solo pilar, resto
de aquel antiguo templo de hogar
que conservamos.
Custodia del retrato del padre,
fiel vigía,
de todo cuanto fuera lo aquello,
candelabro
de dos brazos orando perenne,
lumbre apenas
rozada por la brisa.
Señor,
que no se apague;
en ella está la llama fraterna
que nos liga.
(………)
Señor, que no nos falte.
Vencida, cada día pequeña,
más pequeña,
más huérfana de todo, más cerca
de dejarnos, ya es casi la hija nuestra.
Sumisa como un niño, deseosa
de ser grata, temblante, retraída,
temiendo no ser todo lo leve
que quisiera
cabeza blanca triste, y manos
sacudidas de invierno, y esos pasos
que apenas ya si suenan.
Señor,
en su sangre lentísima
que andamos, del brazo todavía como antes
cuando niños, unidos.
Que no quiera
su sangre detenerse, Señor,
la precisamos…!
En cambio de su padre no habla tanto, pero uno de sus más logrados poemas está referido a él; in extenso en “Tu dimensión”:
“Tú tenías la dimensión de los hombres
sin estatura de guarismos.
Tu corazón, una enorme campana
sumergida en océano,
y muchas lágrimas.
Tú extendías tu latitud adentro.
Tus manos eran mucho más anchas,
mucho más abiertas de lo que veíamos,
y tus brazos abarcaban todas las distancias.
Tu pecho, una almohada caliente, una muralla,
un escondido monte, un bosque,
una montaña.
En tus ojos cabía la calma de todos los lagos,
y tú mirabas trascendiendo.
Eras así, inmenso, y eras también triste.
Yo sé que eras triste.
Cuando tú cantabas
yo sentía la resonancia larga, infinita,
interminable de tus voces.
……………………..
Tú eras así, hondo, universal, inmenso.
Padre mío creciendo en la distancia,
tu ausencia se refracta en mil ausencias,
ya no te tengo, pero cuánto te tengo”
Vuelve a hablar de la madre en estos versos:
“Cuánto debió aprender la especie,
hasta que el hombre pronunció
mamá.
Cuánto le falta aprender,
para saberla“
En ella veneraba a todas las madres. Sobretodo a las madres temerosas; a las sufridas madres inmigrantes. A las eternamente relegadas madres ignorantes y analfabetas; dice en “Cuando tú sepas mucho” , seguramente parafraseando a Emma:
“Ven acá mi pequeño,
ya está limpia la mesa,
y trae tus cuadernos.
Me quedaré aquí cerca,
mirando cómo estudias.
En voz alta, te ruego,
que aunque yo no comprenda
ha de saberme a música.
Tú sí, harás cosas buenas,
cuando seas el hombre
bien hombre que yo espero.
Y cuando tú seas,
así como te quiero,
como la miel de bueno,
como el dolor profundo,
como el acero, recio,
con todo lo que sepas
y todo lo que sientas
podrás cambiar el mundo.
Tú verás hijo mío,
por qué no alcanza el trigo
para todas las mesas
y no hay calor bastante,
y hasta el aire escasea.
En voz alta te ruego,
aunque yo no comprenda.
Tú encontrarás la forma,
tú hallarás la manera
de que cesen los hombres
de padecer miseria.
El cansancio, ya siento,
doblega mi cabeza,
pero yo necesito
compartir en fatiga
la carga de tu esfuerzo.
Tu voz nombrando mares,
montañas, diques, puertos,
me arrulla y reverdecen
ternuras de mi infancia
marchitas en el tiempo.
Y soñando en el hombre
que serás, mi pequeño,
como un niño que espera
que el alba nueva traiga
cumplida una promesa,
feliz me iré durmiendo…
Y la noche está fría,
y es de hielo el silencio,
montañas, mares, puertos,
ya apenas si te escucho;
cuando tú seas grande,
cuando tú sepas mucho,
tú hallarás la manera
de mejorar el mundo.”
Los temores de la abuela Emma por sus hijos se repitieron en Matilde:
“Mi madre nos decía entonces, que si seguíamos trepando al árbol caeríamos de él y nos mataríamos. Ella conocía un caso igual. Mi madre conocía un caso para cada oportunidad y nosotros nos reíamos. A veces acertaba; perdíamos pié y nos íbamos al suelo. Pero nunca nos dijo:…viste? Tenía miedo. Para estar tranquila hubiera necesitado volvernos a su entraña, como cuando caminaba en la oscuridad durante su gravidez con un brazo adelantado y el otro cubriéndose el vientre. Nosotros no le hacíamos caso; entonces apelaba a nuestro padre, pero su recurso resultaba contraproducente; no solo no nos reprendía sino que la regañaba echándole en cara su temor enfermizo. A través de los años nuestra madre siguió siendo así, temerosa. Ya nos habíamos casado y teníamos nuestros hijos y ella seguía temblando por nosotros y por nuestros hijos. Nos decía… ya no les voy a contar de un caso igual; si no me creían cuando eran niños y miraba hacia cualquier parte serenamente resignada. Y sin embargo, qué valerosa había sido nuestra madre, pero para las grandes cosas. Para aquellas decisivas de la vida. Entonces parecía arremangarse el corazón y avanzar con todo su miedo echo coraje, sin darnos tiempo a nada, ella sola cubriendo todo el camino, y con un gesto: “déjenme…”. Ella sola antes que nuestro padre atinara a hacer nada, antes que nosotros pudiéramos darnos cuenta. Y la mirábamos ya, arriba, trepando. Ella no se caería; estábamos seguros. Y así fue, hasta el día en que más desprevenida se hallaba; no haciendo nada en apariencias, simplemente viviendo… que es ya estar haciendo mucho, así cayó. Ninguno de nosotros estuvo cerca para escucharle decir, vieron que era cierto…?
(inédito)