Capítulo 01

De quién, qué, cómo y por qué


“Lo demás,
todo lo demás que pudiera querer saberse de mi,
esta cantando en mi poesía”

Matilde

Con estas páginas perseguimos insinuar una biografía de Matilde. No tenemos intención de hacerla minuciosa y tampoco podríamos. No queremos agotarla en una cronología detallada de lo que fue su vida, porque corremos el riesgo de que la puntillosidad la vuelva aburrida; y ella no se lo merece. Tampoco se merece que usemos letra gótica para contar algunos de sus pasajes. Deberíamos utilizar los trazos del tercer grado de un menor tutelado por el Estado; entonces se comprendería mejor.

Estamos queriendo hablar de una mujer a la que todos llamaban “Matilde”, a secas; y aún la llaman, a cinco años de su muerte. Desde algún gran rabino o algún Arzobispo, hasta el diariero a quien esperaba en la ventana del escritorio a las cuatro de la mañana para “orejear” alguna nota suya publicada en el diario. Gobernadores y ministros, jueces, colegas y clientes. Borges, Galletti, Ligaluppi, David Lagmanovich, Juan Manuel Villarreal, Cipriano Reyes, Tonia y todos sus Kraiselburd, Palacios, Gené, Balbin. Leonor Rinaldi, Aurora, Castagnino, Figueroa Reyes, Speroni, Ana Emilia, Sabato, Alicia Rippa, Guitart, Saraví, Bernardo Vervistky, Lili Rossi, Cesar Tiempo, Barea, Mallo Rivas, Alicia Rippa, Benarós, González Tuñon, Sajer, Guerrero, Cantero, Casei, Susana Tasca y tantos otros; para todos era Matilde.

Hablamos de Matilde Kirilovsky o de la Doctora Creimer para la profesión, o Matilde Alba Swann para la literatura, M.A.S. para las notas periodísticas, o “mamama” solo para sus nietos y biznietos.

Mirada y mano franca. Inmanejables lágrimas saltando a borronearle sus escritos; pero que nunca alcanzaron a desdibujar su óptica acerca de los problemas que le dolían y la entristecían. Una personalidad por demás alegre, con un finísimo sentido del humor que se hacía a un lado solo cuando la ganaba la tristeza y la bronca al centrar su atención en la niñez abandonada, la vejez olvidada, los enfermos desatendidos, la miseria, la desigualdad, el hambre, la soledad o la indiferencia.

Ella lo dice en “La poesía del derecho” “(…) En noches infinitas, sublimé el hecho cotidiano, que en vigilia atormentó a la abogada: la niñez desvalida, la adolescencia carenciada, la familia en riesgo, la delincuencia juvenil en cuya salvación caminé kilómetros por pasillos tribunalicios y por celdas carcelarias. Lo viví, lo padecí, lo sublimé.”

Matilde vivió con intensidad todo aquello que agitó sus sentimientos. Pasó su vida ocupada hasta la obsesión por la defensa de los indefensos. Se ponía en la piel de aquellos por quienes abogaba y desde allí nos decía a todos, incluso a los jueces, aquello que tenía que decir.

Nos gustaría que su personalidad fuera conocida por quienes no han oído hablar de ella y a partir de hechos diferentes de aquellos considerados como reveladores de un espíritu digno de ser destacado. Entre ellos, sus propios biznietos.


Matilde asistiendo a un juicio oral. Tenia 21 años. La fotografía es muestra elocuente de la proporción de mujeres profesionales en La Plata al momento de recibirse de abogada.

Fue una mujer respetuosa de Dios, pero aún así se plantó ante Él y discutió mano a mano.

En el poema “No mas…” le dice:

“Toma mi polvo, Señor
Te lo devuelvo
haz con él
una nueva creación

que no sea hombre”.


Incluso, en “undécimo mandamiento” le recrimina que Él no precisara quererse.

“Ámate a ti mismo,
Como quisieras que te amara el prójimo.

Mandamiento no escrito,
el no pensado
por quien nunca precisaría quererse.”


Supo utilizar los momentos en que con mas derecho tuvo para hablarle a Dios; el embarazo o el alumbramiento:

“Yo no temo Señor, esto
me iguala a ti, que me creaste.
Del fondo de mi entraña,
torbellino de sombras,
Tus siete días nacen.”

Y lo reafirma en el poema Coral y remolino:

“Esta prisión caliente de ser madre.
Esta expansión celeste
de dar vida.
…….
No hay altura de bien
que ya no alcance
ni alegría de Dios
que no sea mía.”

De entre casa, arreglando el jardín o haciendo los quehaceres domésticos, despuntaba el vicio con métricas que utilizaba con maestría solo en esos momentos y que rara vez las 4 llevaba al papel. Soberbias décimas “agregándole consejos al viejo Vizcacha”. O payadas imaginarias donde ella se preguntaba y ella se respondía.

Matilde, que no permitía que nada limitase su libertad al momento de expresarse, sucumbía a la magia de las rigurosas métricas, tanto como al embeleso de las rimas subidas de tono, la doble intención o el difícil arte de los epitafios. Se disculpaba sonriendo y sosteniendo: “yo simplemente lo digo … todo lo demás lo pone Dios”.

Lo explica en los últimos versos de un poema inconcluso e inédito:

“Yo Canto así como canto,
mi lira la pulsa Dios;
y en alegría y quebranto
yo canto así, como canto,
porque a mi, me da la voz.”


Hablamos de una mujer que cuando se propuso contar porque quiso saber quién era y qué descubrió en el correr de un poema, lo hizo en Descifrarme, y dijo:

“Me sacudo de horas y lugares; aquietada
me hundo, llego al fondo,
bosques líquidos, peces asustados.

Quiero saber qué traigo escrito adentro,
la palabra en la sangre, la condena
taladrada en el hueso,
la implacable
mordedura prendida en la neurona.

Esa caverna que todavía habito
y esos hombres
cubiertos de pelambre.
Laberintos, uno dentro del otro,
sin embargo,
en la memoria del latido, algo
salva malezas, libra de la asfixia,

ilumina derrotas y naufragios,
triunfa de todos los goliats
y emerge
desde el candor dormido y balbucea.

Alguien de mí, yo misma, desde el hondo
misterioso subsuelo de mi carne,
me ilumina y me hiere de señales.
Siento un bosque de copas derrumbadas,
una canción distante que evapora,
y un osario de nidos sin amparo,
Una manzana muerta a picotazos,
el redondel quemado a cigarrillo,
un sol sin rostro, solamente rayos,
y niñitos tomados de la mano,
con sus piernas torcidas, con su ombligo
sosteniendo una comba triste en hambre.
Miro en torno, de nuevo estoy ausente,
de nuevo tengo miedo de asustarme,
escribo un corazón en todas partes,

bajo lluvia de azahares, bebo cielo.
Me crecen hijos de todas mis aristas,
en ellos crezco, mientras van sembrando.
Sola en el tiempo, el bosque es tan espeso,
van cayendo mis hojas una a una,
tantas lobos detrás de los crujidos,
mi corteza sangrada en arañazos.
Un cazador acecha… está nevando.
Mi dedo tenso en el gatillo grita
por la boca de un fusil de espanto.
Quiero dormirme, mas llevar conmigo,
lo que tuve y no tengo.
Ser el amor de quienes me quisieron.
Borroneada, tachada, magullada,
toda estallada y muda
me refugio,
sumergida en mí misma, toco fondo,
y una página blanca me descifra.
Papá… mamá…
yo amo a mi mamá… mamá me ama.”


Hablamos de una poeta que le daba revancha a todos los temas.

Hacía honor a lo que para ella era la premisa de todo escritor. De todo creador. Ella decía “si no te termina de convencer aquello que estás creando y piensas que lo puedes mejorar, no lo rompas ni lo olvides, simplemente retómalo en otro momento.”

Seguramente por pensar así es que ha dejado tanto poema inconcluso e inédito. Tenía que ser demasiado bodrio para que algo escrito por ella tuviera destino de “cesto de papeles”. Guardaba el borrador hasta que Dios tuviera ganas de escribir con ella.

En la profesión trataba de aplicar esa premisa, pero el procedimiento judicial, infartante según ella, nunca asigna todo el tiempo que el abogado quisiera. Apenas se ha ideado el “cargo de plazo vencido”, una ficción cotidianamente utilizada por Matilde, que considera efectuada en tiempo útil toda presentación que lleve cargo de hasta las dos primeras horas hábiles del día siguiente al vencimiento.

Lo cierto es que la abogada no podía vivir sin la poeta y viceversa. Dejó un poema inédito revelador.

QUE…

“Qué soy yo de ella …?
Pues eso; ella
quien iría a decirlo.
Yo misma a veces dudo,
me pierdo, busco el signo
seguro convencerme
que sí,
que me merezco.
Porque, no sé,
tal vez la tosca, que cumple en mí
jornadas, de horario
establecido,
de paga, a tanto el tanto,
la que hace
cosas vanas, por algo
y para algo generalmente vano también,

tal vez esa yo,
digo no fuera estrictamente,

esencialmente
ella…
Yo misma dudo.”


De la misma manera le preguntaba a su poesía, en un poema de esos que tenía guardado para mejorarlo algún día:

“Entonces yo pregunté a mi poesía,
por qué eres así… ?
Ella se ha quedado un poco pensativa,
se ha tocado sus brazos,
se ha mirado sus piernas,
ha probado caminar, gritar,
cerrar el puño, mirar al cielo, sonreír,
se ha puesto un instante seria ,
y me ha dicho luego:
Pues soy así, porque vengo hecha
de toda esa sustancia que es así también.
Cada una de mis fibras es como yo;
cada uno de mis gestos es como yo;
es que vengo formada de diminutos yo
y todos ellos se aúnan
para conformarme en plenitud.
Soy de lo que estoy hecha.
Soy el uno y el otro de mi misma.
Elemental y cósmica,
así soy.
Muero y renazco de mí misma
así me quiero y me aborrezco
así me ignoro y me sé
me hallo y me pierdo
así voy desafiando y comprobándome;
así descubro y verifico mi legitimidad,
soy hija nacida a termino
de un encendido fundamental abrazo soy yo,
la que tembló en el beso
y amedrentó en la fuga,
y avanzó entre el fuego y el barro
el viento y el plomo,
soy la misma quedada
en un espacio de cobarde
terror la braza ardiente,
la lasciva llama sola
quejándose en colores
de una ausencia
y danzando y contorneando
sobre el vértice último del ritmo.
Soy la noche, y el día…
Soy tu yo,
soy los dos al unísono.
Soy no soy,
una exhausta mariposa
muriéndose en un vidrio.
Soy el monstruo
que asusta a los pequeños,
el gigante el enano que sonríe,
soy el hada, la lámpara
frotada milagrosa y el sueño
de una niña que no sabe leer
ni sabe un cuento.
Soy el ángel, el diablo,
soy lo obsceno, lo puro,
lo temprano, lo tardío, lo nuevo, lo caduco.
Soy un ser siendo y no siendo
soy un sueño
y ese mundo real del que me escapo, soy mi fuga.
Soy yo misma contándome y mostrando
mis aristas y vértices
mi forma de morder
y de besar de estar desnuda
de cubrirme y fingir
de sentir asco
de embriagar
y rodar por el pantano.
Soy yo misma escuchando
y asombrando
y sintiendo piedad
por este ruido de palabras
chirriando mientras ruedan.
Soy la rueda, el chirrido
y el espacio,
soy la mente que capta las figuras
y sonidos
haciendo algunas veces de nada
Un milagro.
Soy el blanco
de improviso en que queda mi cerebro,
sin saber hacia dónde
el terror niño, de no hallar nuevamente
aquel sendero que me lleva al lugar
de la partida donde sé que querrán darme
mi parte de comida
y de lecho.
Soy el miedo en la noche agigantado
con sus garras negrísimas
y verdes brazos rudos surcados
de maduras venas fuertes nudos
como alambres muchas veces usados;
soy la tortura de sentirme la trampa.
Esa trampa tremenda
que sabemos donde fue preparada,
donde tiene sus quijadas ya prontas,
esa trampa mortal ineludible,
y esa trampa mas cruel aún,
que es la cierta
indudable certeza de que existe
que vendrá por nosotros,
que estaremos allí. Inmóviles quietos
sin hacer nada en contra
sin intentar siquiera hacer un gesto que nos salve
sumisa resignada bestia mansa
Soy eso; todo eso,
lo otro mas;
todo lo otro que mi no ser va siendo
el no borrando, la nada allá
del lado de la nada”


Queremos que se sepa que en charlas literarias en la SADE1 o en la SEP, contaba que ella escribía con Dios:

“(…) no con el Dios común que concede gracias, ni el que impone castigos, ni el que opera milagros, ni el que clama remordimientos, ni el que enceguece, ni el que ilumina. Crear es tener a Dios con uno simultáneo con él obrando, sorprendiéndose y deslumbrándose y buscándose y reconociéndose y transitándose en pasos de “querer” y ya logrando, que es cumplir justificado en el diminuto uno, el inconmensurable humano. Y todo dentro en “nos”, no en el casillero gris de las ideas; no en el eléctrico tablero de las sensaciones, sino en el vasto espacio dentro y sin linderos. El más allá de todos los confines y el más acá de todos los comienzos. El sin mundo, sin cemento, sin carne, sin masacre…”.

Queremos que se sepa que su profesión le dio armas para luchar por los grandes motivos de sus desvelos: la familia en riesgo, los menores tutelados y los insanos olvidados. Lo hacía con una legitimación activa siempre cuestionada, pero que le abría las puertas que necesitaba que se le abrieran y conseguía las cosas que necesitaba conseguir.

Luciano Roman, periodista del Diario El Día dijo, definiéndola en cinco palabras:

“ella, a pulmón, entre la poesía y el derecho”.

Porque se valía de la acción de amparo y del habeas corpus siempre que hacía falta y enseñaba que eran dos acciones “(…) que había que usarlas al máximo, porque las garantías que da la Constitución, los Derechos Humanos, son inalienables, hacen a la esencia de los hombres”.

Alguna vez despertó al Juez en lo Penal Omar Ozafrain a las doce de la noche y le interpuso lo que ella llamara “un habeas corpus telefónico” a favor de un menor de edad, “N.N.”, alojado en la Unidad Carcelaria No 9 de La Plata. Además de fundarlo jurídicamente, le argumentó al Juez que el tema “no la dejaba dormir”. El Doctor Ozafrain se enojó mucho y le respondió simplemente “No”, resolviendo el pedido mediante lo que él también llamara “un rechazo in limine telefónico”. Antes de cortar, Ozafrain le dijo que “no podía ser que lo despertara en medio de la noche sin siquiera saber el nombre del menor y la citó a su Público Despacho en horario de Tribunales”. Pero media hora después fue el Juez quien llamo a Matilde telefónicamente, diciéndole que ahora era él quien no podía dormir. En pocas palabras, a las tres de la mañana hicieron un procedimiento y encontraron a un niño, de 13 años, padeciendo, entre adultos, un régimen carcelario reservado para mayores. Ambos desvelos no habían sido en vano. Al otro día, el habeas corpus fue rechazado por cuestiones formales, pero ya no importaba. Lo importante es que el menor no soportó ni un minuto más el riguroso régimen carcelario. Lo ocurrido muestra como era Matilde pero también muestra como era el Juez Ozafraín. Esta anécdota fue contada por el Decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de La Plata, Doctor Carlos Botassi en la Colación de grados de Julio de 2005.

En opinión del concejal Dr. Ricardo Bianchi4 vertida en oportunidad de su designación como Ciudadana Ilustre de La Plata, Matilde fue un “As”. “… Lucho siempre. Se mostró siempre. Hizo honor, como mujer de las letras, como soñadora, a aquello de que “quien escribe se describe” Y tuvo una garra muy particular en el ejercicio de la profesión que la llevo a mostrar caminos, a luchar por los desposeídos, a luchar por los incapaces. En la jerga carcelaria dirían “Eran tiempos de ases”… Matilde Creimer fue un as”.

También queremos que se sepa que la apasionaba el periodismo. Se quejaba amargamente de no poderlo ejercerlo “…desde que uno se despierta hasta que el diario está en la calle”.

Como periodista alternó durante años sus programas radiales literarios por las Radio Provincia y Universidad Nacional de La Plata. En ellas entrevistó a las mas grandes personalidades literarias de la época. En el periodismo escrito fue asidua colaboradora de innumerables publicaciones en el País y en el exterior. Tanto lo hacía en “Juriste Internacional” de la Union Internationale des Avocats como en grandes diarios capitalinos o en modestos diarios del interior del País. Pero su mayor y más destacada labor la desplegó en el Diario El Día de La Plata, donde atendió durante muchos años su columna de cultura, además de participar asiduamente en la famosa sección “Puntos de Vista”. Tanto que, como un luctuoso y doloroso ultimo más alto peldaño en su actividad periodística y con setenta años de edad, fue corresponsal de guerra en el teatro de operaciones, en Malvinas, en 1982.

Somos sus hijos quienes intentamos esta tareas y por las razones apuntadas. Lo hacemos aprovechando que ella sigue latiendo en nosotros tanto como alguna vez nosotros latimos en ella. Matilde sabía que viviría en su descendencia. Incluso lo insinuó en algún poema y lo dijo abiertamente en las dedicatorias de sus últimos libros. Lo que no creemos es que ella haya imaginado siquiera la intensidad de su presencia y la actualidad de su poesía.

Por medio de sus hijos primero y de sus nietos ahora, recibe la caricia de empelados y funcionaros forenses que siempre tienen una anécdota de ella para contar.

Esa es la razón por la que no encontrarán una sola frase redactada con imparcialidad.
Y si de originalidad hablamos solo encontrarán la que proviene de su poesía y su prosa. Hasta nuestra generación, ella acaparó toda la originalidad de la familia. No sabemos qué pasará luego de nosotros, aunque algún nieto y alguna biznieta asoman pidiendo escenario propio