Capítulo 16

XVI

Dedicado a todos aquellos que
llevamos sangre de Matilde.
Que sirva como recordatorio
del honor que ello implica
y del compromiso tácitamente
asumido de conducirse tal y
como ella lo hubiera hecho.

Dedicado a mi esposa
y a su incondicional apoyo.

Ricardo Creimer

Expurgamos en la casi totalidad de los papeles del archivo de Matilde, vaciamos los cajones de su escritorio y hurgamos en su mesa de luz.
Primero llenamos tres veces este espacio. Luego retiramos a regañadientes la totalidad de los pasajes que no tuvieran respaldo documental o testimonial. Es mucho lo que ha quedado afuera.

Solo quisimos homenajear a Matilde. Mostrar que además de la poesía de primer orden que le pronosticara Ernesto Sábato, está la otra; aquella a la que echaba mano en sus momentos de entrecasa, desarreglada y descalza. Quisimos que se la conociera, además, por sus poemas inéditos y las pequeñas e inapreciables joyas a las que -hasta ahora- habíamos tenido acceso solo muy pocos mortales.

Por supuesto que no será lo mismo leerla que oírla. Tampoco hay forma de transmitir cómo se percibía su personalidad en el preciso momento creativo. Pero leer lo que ella creó también tiene su encanto.

Esta tarea nos ha servido a sus cinco hijos para confirmar que Matilde no hubiera cambiado su vida por la de nadie. Ni su origen, ni el lugar ni el momento en que transcurrió. De haber sido puesta en la encrucijada de vivir de nuevo, no dudamos que no hubiera cambiado nada. Hubiera vuelto a hacer lo que hizo y a escribir lo mismo.

Ricardo Creimer